Diario en una galería, Día 2
Hoy arrancó más movido. La señora que está ahora saca fotos con ese ruido de flash antiguo. Son las 12:12. La vi tocando la pintura 17 pero no le dije nada. Me gusta la gente osada. Antes de irse se acercó y me dijo que vino el domingo a las 12:00 pero que estaba cerrado. “¿Qué pasó?” — No sé, a mí me pagan por venir los jueves, pensé. Le sonreí. Nos despedimos.
Con esta señora adentro, no había podido anotar hasta ahora que hoy llegué a las 11:56 y encontré una pintura en el piso. EN-EL-PI-SO. El marco seguía ahí, colgado, impoluto, con su cara de marco, pero la pintura toda tiradita. Encima es justo el cuadro número 1, el de los tarros de vidrio con flores. Levanté la pintura y la llevé como si fuera en ambulancia hasta el escritorio blanco de la entrada. En uno de los cajones encontré una cinta que pensé me podría ayudar. Armé como una especie de sandwich de: marco, pintura, cinta de papel. Fue más fácil de lo que creía arreglarlo. Lo que me costó un poco fue que quedara bien colgado, derechito, en la pared. Tuve que ir, venir, ir, venir, ir, venir hasta que quedó perfecto como la línea del horizonte.
Hoy el día está nublado y pienso un poco más en este espacio como un cementerio. Los cuadros son medio como ataúdes pintados bien prolijos. La gente camina con ritmo de cementerio, ¿o no? Va honrando cada cuadro como si fuera un muerto famoso, sí, famoso, no de fosa común. Hace silencio… Un silencio triste. Alguna vez vi llorar a más de uno. Y me pregunto si esas son las pinturas más lindas, las que te hacen llorar.
Son las 12:24 y siento un poco de olor a quemado que viene de la calle.
Son las 13:44. No entró nadie más. Hay silencio. Mucho silencio. El silencio siempre genera más silencio. Pienso si podré estar callada hasta las 17:00.
No pude. Entraron dos señores, albañiles, que me preguntaron dónde estaban los baños. Les señalé los baños con mi dedo y me dijeron que iban a estar hasta las 17:00 haciendo unos trabajos. Sentí bronca, no a ellos, obvio. Ellos fueron como una caricia, como encontrarte a un conocido en el tren. Lo que me dio bronca fue que pincharon mi ilusión de poder estar callada, en silencio, rodeada de todos mis ataúdes.
Pasó una amiga. Charlamos. Le pedí que mirara la galería mientras me iba a hacer un té.
Volví y entró un señor que se movía como si fuera un león (con un casco de moto puesto en la cabeza) que vislumbró un animalito indefenso y fue directamente a atacarlo. El animalito indefenso: el cuadro número 3. Lo miró un largo rato con ese caso de moto puesto. Debe ser algo muy mágico mirar un cuadro con un casco en la cabeza. Y aunque quizá todos vamos con un gran casco de moto puesto a experimentar el mundo, el de él era naranja fosforescente, no invisible. Miró mucho el fondo del cuadro pero no lo juzgo porque ese fondo de cuadro no era aburrido. Era un rectángulo gigante color verde fluo que te tragaba vivo. Antes de irse me dijo: “Muy profundas las obras”. Busqué en el mapa el cuadro número 3 para ver quién lo había pintado: un artista famoso. Bah, me imagino, que es famoso porque el cuadro es un poco insignificante; es gigante pero está vacío. Si el cuadro fuera un animalito indefenso, sería como si dios lo formó sin cuerpo, con solo dos patas, una rosa y otro multicolor, en composé con el verde. Todo esto lo debe poder hacer alguien famoso.
Son las 3:00. Los señores que iban a arreglar el baño nunca volvieron.
Estoy comiendo un poco de pizza que me traje de mi casa. Como hoy vino muy poca gente, me dió cosa cerrar por la hora de almuerzo, soy culposa. Lo tengo que hablar en terapia.
Son las 4:00 y acaba de entrar un señor. Se nota que es pintor también. Hay algo en los pintores, ya los voy reconociendo. La manera en la que miran los delata. Creo que se shockeó con el cuadro número 7 que tiene una señora desnuda, con un solo seno y muchos nombres de enfermedades anotadas a los márgenes. Pasaron 3 minutos y sigue mirando ese cuadro. Ahora está mirando un cuadro muy chiquito y quedó parado justo atrás de la abeja. Parece que la abeja se lo comió a la mitad, sólo de la cintura para arriba.
Se mueve y me doy cuenta de que a veces mira 3 pinturas juntas. Claro, por eso se paran de más lejos. El ojo debe armar una especie de sandwich. Cuando mira las esculturas mueve la cabeza como queriendo comprender. Me hace acordar a esos perritos que ponen los remiseros en el auto. Hay algo que me parece que no le llega. Igual muy respetuosamente miró cada una de las obras. En orden, primero las pinturas, después las esculturas. La abeja creo que no le gustó porque en vez de mirarla se puso de vuelta a ver ese cuadro chiquito chiquito.
Ahora que se fue, me fui a ver el cuadro de la señora con un solo seno.
Son las 4:20 y me puse a barrer.
Son las 4:40 y me quiero ir. No me voy porque Javi debe andar dando vueltas y va a notar la galería cerrada. Y como dije, soy culposa, me daría culpa que encuentre la galería cerrada.
Son las 4:41
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Son las 4:58
Son las 4:59
Son las 5:00.
Mentira. Son todavía las 4:45. No vino casi nadie hoy.
Son las 4:59. Ahora sí, me voy. Me anoto para otro día traer el casco de mi novio a la galería.